La insensatez mundial es inevitable

Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible, y, en cambio, intentar evitar la de los demás, lo cual es imposible.
Marco Aurelio


No recuerdo bien cuál era el tema de conversación, pero recuerdo que uno de mis primos, en una de nuestras charlas por internet, me dijo «las personas tontas están distribuidas en el mundo de tal manera que siempre te encuentras con una», o algo por el estilo. Quizá hablábamos sobre lo molesto que resulta encontrarse con alguna persona que no nos alegra el día, precisamente. Quizá me quejé con él de alguien que logró enfadarme aquel día.

Un pensamiento similar al de este primo mío ya había sido expresado por el Emperador romano Marco Aurelio, que escribió en sus famosas Meditaciones «al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable». Es un pasaje algo largo, en el que no sólo recomienda tener en cuenta al principio del día las posibilidades de encontrarnos con gente de este tipo. También habla de que, después de todo, todos somos seres humanos y nos equivocamos, pero estamos en este mundo para colaborar «al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores». Por eso no deberíamos molestarnos por los errores y las faltas de otras personas, más bien hay que intentar comprender y ser pacientes.

Antes, me desesperaba mucho que las personas no hicieran lo que, a mi juicio, era obvio que debían hacer, sobre todo durante mis viajes en el metro. Hacerse a un lado para dejar pasar a otras personas, no estorbar en las entradas a los trenes, no sentarse en el piso si hay demasiada gente caminando por ahí, cosas por el estilo, según yo, no es tan difícil darse cuenta de que hay que hacer ciertas cosas, pero tal vez sólo es mi impresión.

Sin embargo, desde que leí este pasaje de Marco Aurelio me he esforzado en ser más paciente y en no dejarme afectar por lo que los demás hacen o dejan de hacer. Después de todo, si el mismísimo Emperador de Roma, que en su tiempo fue el hombre más poderoso del mundo, recomendaba tener en cuenta que todos nos equivocamos y que no hay que enojarse con los demás por sus errores, ¿quién soy yo para indignarme con el resto de la humanidad?

Otro importante filósofo y político romano, Séneca, también habló del tema en su célebre diálogo Sobre la ira, en el que dice «el sabio, sereno y justo para con los errores, no enemigo sino reformador de los maleantes, sale cada día con esta previsión: "Me saldrán al paso muchos dados al vino, muchos degenerados, muchos desagradecidos, muchos avaros, muchos agitados por el furor de la ambición"».

He intentado llevar este principio a otros aspectos de mi vida, porque no sólo en el transporte público hay que ejercitar la paciencia. En todo lugar donde haya personas, habrá errores y en mí habrá paciencia. O al menos eso intentaré. El problema con el que me he encontrado es que, en nuestros días, no es necesaria la presencia de las personas para que lleguen hasta mí sus errores. No hay que salir para encontrarse con personas indeseables.

Aunque he intentado tener mejores hábitos, aún de vez en cuando tomo mi celular y me pongo a ver twitter o cualquier otra red social antes de salir de la cama. (Tenedme paciencia, intento dejar este mal hábito). Y entonces, antes de hacerme esas consideraciones previas de las que habló Marco Aurelio, esa previsión de la que habló Séneca, me encuentro con gente indiscreta, ingrata, insolente, mentirosa, envidiosa, insociable. Me salen al paso muchos dados al vino, muchos degenerados, muchos desagradecidos, muchos avaros, muchos agitados por el furor de la ambición. Todo a través del internet. No hay un refugio libre de esta gente.

Supongo que no es algo propio de mi generación. Anteriormente podría tal vez escucharse en la televisión o en la radio alguna sandez, y antes de eso quizá en los periódicos podría encontrarse algo similar. Durante generaciones ha existido la opinión ajena que llega hasta nuestros hogares temprano por la mañana. Por eso lo mejor será dejar de una buena vez ese hábito de ver el celular antes que cualquier otra cosa. En vez de eso, haré aquellas consideraciones y tendré en mente esa previsión apenas abra los ojos.

No puedo cambiar el mundo, y en el mundo hay gente poco sensata. En cualquier momento, y en cualquier lugar puedo encontrarme con gente que no precisamente me alegre el día, pero tampoco pienso dejar que me lo arruine. Bien sabía Marco Aurelio que es imposible que sólo haya gente buena y amable en este mundo: «Siempre que tropieces con la desvergüenza de alguien, de inmediato pregúntate: "¿Puede realmente dejar de haber desvergonzados en el mundo?" No es posible. No pidas, pues, imposibles, porque ése es uno de aquellos desvergonzados que necesariamente debe existir en el mundo».

Pero, como se puede inferir por lo que he dicho antes, encontrarse con cualquier tipo de persona no agradable puede ser una oportunidad para ejercitar la paciencia y la benevolencia. Ya lo dijo también Marco Aurelio en el mismo pasaje de mejor manera «Ten a mano también esta consideración respecto a un malvado, a una persona desleal y respecto a todo tipo de delincuente. Pues, en el preciso momento que recuerdes que la estirpe de gente así es imposible que no exista, serás más benévolo con cada uno en particular». Con esto en mente intentaré poner en práctica mi paciencia y mi benevolencia. No me desesperaré, ni me enojaré, ni le reclamaré nada a nadie. Lo que hagan o dejen de hacer los demás, lo que digan o lo que callen no me hace a mí mejor ni peor persona. Pero mi actitud hacia ellos sí dice algo sobre mí. Espero que mis actitudes y mis reacciones hablen bien de mí, en la medida de lo posible.

Regla No. 35

No puedes eliminar la insensatez del mundo, pero tal vez puedas reducirla en ti.